Son exactamente las tres de la mañana y Claudia sigue viendo las interminables gotas de lluvia que golpean su ventana. A pesar de lo fría y nublada que estuvo su semana ella está contenta, eufórica sería una mejor palabra para describir la inercia con la que llego a la casa. Está contenta porque disfrutó mucho su concierto, pero poco a poco va sintiendo que con cada golpeteo la ansiedad se va desvaneciendo por la preocupación de que Tomás le llame.
Ella en realidad sabe que no llamará, lo sabe porque él desde hace ya una semana le platicó como buen "brother" que fue con alguien más, no sabe su nombre, pero sabe que con ella estuvo bajo el mismo techo y que mientras ella brincaba de emoción la que estaba con Tomás lo hacía de ilusión.
Claudia se pregunta cada que está en la misma situación de incertidumbre el origen de sus preocupaciones, Claudia sabe que Tomás jamás será para ella, que él nunca será de nadie, que es más valiosa la amistad, que ya no le gusta, que ya no le inspira, que la última vez que fue a su casa fue para decirle que ya no necesitaba más de sus caricias ni halagos.
La situación es clara, más clara que el agua, pero aún así Claudia se tormenta una y otra vez por imaginar cómo fue la noche para aquella extraña en el mismo concierto, o cómo fue el viaje a Guadalajara para la otra extraña, o cómo fue la cena que le contó su mejor amiga, o la aventura en los dormitorios de la otra amiga; no puede dejar de pensar en la similitud de esos instantes desconocidos con los conocidos, con el último concierto en que se repitieron las poses y las fingidas alegrías, las sonrisas cómplices, la mano sudada compartida, el abrazo de amistad y agradecimiento, los alcoholes entre "brothers", la infantilidad de Tomás, la atracción entre amantes, las promesas de más instantes, los halagos y las palabras reconfortantes.
No puede dejar de viajar a ese último instante en el que ella era feliz con Tomás sabiendo de antemano que no se iba a repetir en meses y en cómo él almacenó su recuerdo en su enorme vitrina de colección que abriría la próxima vez en que no hubiera extrañas que le aportaran a sus repisas.
La lluvia no deja de caer, y la madrugada cada vez se hace menos notable, pero la cara de Claudia ha cambiado, ya no es de tristeza sino de enojo, un descontento que se le ve en las manos que ya no detienen el celular, el gesto ha cambiado y Claudia ha decidido irse a dormir sin reparos, porque lo cierto es, que pensando en Tomás, le recordó a aquel día que estuvo tranquilamente en el cine con Carlos igualmente feliz que le remonta a ese café con David, al concierto con Javier o a su "noviazgo" fugaz con Daniel y se da cuenta que como buena aprendiz, así como Tomás, ella también se ha convertido en una coleccionadora de instantes.