El fuego capaz de destruir, inspirar, que seduce a miles, que enamora a todas, que rockea. La histeria ardiente que superó adversidades y faltantes, que ha obligado la huída a tantos países, el refugio en tantas ciudades. El fuego que conocí una vez con tal superioridad que observé cómo extraños respetaron, se impresionaron, y se inclinaron. En aquel entonces era casi invisible la potencial autodestrución que no dejaría de incendiar intensamente pero que podría asfixiar hasta perder conciencia y voluntad. El fuego derecho no mira, jamás puede observar a la pluma izquierda que lo opone, esa pluma capaz de escribir, volar y cantar, que es ahogable en un mar de miel y un soporte impermeable a pesar de su presunta fragilidad. Esa pluma secreta que nosotros nunca vemos pero que suponemos por lo poco que nos quiere gritar.
Desde su creación han convivido juntos en un cuello, en cada extremo, en armonía, o por lo menos eso creía hasta anoche.
No lo puedo llamar decepción, quién soy yo para juzgar algo que no he vivido, que no conozco, que posiblemente ha sido un juego longevo: el fuego cazando a la pluma hasta llevarla a altitudes lejanas, incomprensibles para los mortales, tapando nubes blancas, negras, espejos... dispersión consumiendo cada vello, cada razón.
Quisiera pensar que están acostumbrados, que no es una decadencia, que no es un reflejo de las carencias, que no es el motivo de las evidentes molestias. Quiero pensar que la escencia misma del cuello que tanto amamos reside en tal contradicción, tanto extremo, tanta adicción... que lo que vemos ahora es sólo un juego más del incendio propagándose sin el dirigido viento y que tanta confusión es mero desentendimiento, quisiera pensar que tal dominio del fuego es un confuso vaivén incomprendido, porque de ser así, el aire prometería viajar una vez más hacia el rojo eterno y regresaríamos a la anhelada alegría de la orilla del río.
En caso contrario, si el fuego y la pluma nunca han jugado, y el presente refleja un matrimonio perdido que no será otra cosa más que la imposibilidad del fuego para convertir a la pluma en humo, esperaré como buen amante a la última ceniza del desenlace evitable.
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